No es lo mismo que recurrir al principio del francés Lavoisier, del que ya les hablé en otra columna. No aquí el desafío es asombrar a los comensales, haciéndoles creer que jamás volverán a probar una preparación tan única como la que están saboreando. Claro que, previo recordatorio a la falta de libertad, en el confinamiento estricto y con bolsillo medio flaco.
Si decides dar el paso, entonces, bienvenida al mundo de los grandes cocineros.
Lo primero y, como principio básico para ser un buen chef, tienes que saber usar la imaginación y arreglártelas con los ingredientes que tengas.
Día uno, busqué inspiración en el libro de recetas de una chef torpísima. Estuve dudando entre tres o cuatro alternativas, la demora en la elección no era otra que los ingredientes. La lista empezaba estupenda, pero pasadito aparecieron los problemas. Por ejemplo, caldo de ostras, champiñones Portobello, cúrcuma, leche de coco, en fin, para no latear, bastantes cosas que, para los profesionales de las cocinas son los “básicos” y, que para una, como simple aficionada, son muy sofisticados. Pero en la foto el plato se veía muy rico, así que no me dejé amedrentar y partí no más con mi propia versión. A falta de caldo de ostra, bienvenido el caldo de pollo en la caja o el simple cubo. Sin los champiñones Portobello, los comunes y corrientes son geniales. Si no hay cúrcuma, será curry o pimentón molido. Poco a poco, la preparación fue tomando carácter e identidad, le puse nombre y, listo. El resultado quedó mejor que la foto.
Otro día, dejé de copiar y me lancé solita. Por estar haciendo tres cosas al mismo tiempo: salsa de verduras, reducción de vino tinto y no sé qué más, no calculé bien y las corbatitas se me pasaron. Además, apurada como estaba, no las colé muy bien y, sin dudar un segundo las bauticé: “Pasta in suppa”. Pasando piola, saqué los tenedores de la mesa y los reemplacé por cucharas. Le di unos toques de decoración: ¡Listo! No solo saqué aplausos, también fui mencionada en RRSS con fotos que subieron los niños.
Otro día, tuve algunos problemas de último minuto con un postre que me jugué con la intención de cubrirlo con un merengue “durito”. Iba todo espléndido, hasta que, de un minuto a otro, miré las moscas y la porquería se me cortó. Como la ley de Murphy no abandona, eran los últimos dos huevos que quedaban. Se veía rico, pero pobre. Me di vuelta en la cocina hasta que descubrí en uno de los muebles un paquete de galletas, tipo “colación” que les tenía a mis nietos, pero como no los voy a ver quizás hasta cuando, lo abrí y con un uslero, las molí, le agregué mantequilla durita y le puse un raspado de polvos de chocolate. Quedó increíble. Otro aplauso.
Logré la ansiada estrella Michelin otorgada por la familia.
En definitiva, ser chef aficionada es un constante desafío de creatividad y rapidez de reacción y, bueno, si le agregamos una pizca de habilidades en el arte de la actuación, estamos al otro lado.
Al más puro estilo de santa Teresa de Ávila, la cosa es así:
Que nada te turbe ni te detenga.
Que nada te espante ni amedrente
La creatividad y empeño bastan,
para que una Michelin,
adorne tu casa”.